lunes, 19 de julio de 2010

ENTREVISTA A PAULA JIMENEZ





viajes



Papeles Blancos: Paula, lo primero que te queremos preguntar es: ¿en qué estado está la preparación de tu nuevo libro?

Paula Jiménez: Está bastante avanzado, ya casi diría que lo estoy cerrando. Igualmente, creo yo, lo estoy cerrando porque estoy terminando de escribir los poemas; pero desde que terminás de escribir hasta que publicás, y en el medio todo lo que corregís… pueden pasar años. Pero sí, la sensación es que está bastante avanzado. Es un libro sobre poemas de viajes: yo siento que viajé bastante… aunque si lo comparo con otras personas quizá no tanto (risas). Estos poemas surgieron de recuerdos de viajes porque viajar siempre merece una reconstrucción posterior, sobre todo si viajás como turista, lo cual en parte consiste en: “estar” y después “contar”… y ser poeta también es: “estar” y después “contar”.

P.B.: ¿Son de una época en particular esos viajes o de toda la vida?

P.J.: El orden en que los fui escribiendo no. Los primeros poemas del libro los escribí mientras estaba haciendo el viaje, igualmente era un lugar donde yo había veraneado de chica por lo que tiene algo de ese movimiento de reminiscencia. Además estaba leyendo a Pasolini y había algo que tenía que ver con lo que yo estaba viendo en el afuera, que lo conectaba con él y fue una escritura muy inspirada. Ese fue el punto de partida de una consigna interior: seguir buscando por el camino de los viajes. Finalmente siempre encontrás lo mismo en todas partes, pero con la variable de que no siempre encontrás lo mismo en todas partes… por eso uno sigue escribiendo.

P.B.: Dijiste antes que estabas corrigiendo: ¿Qué importancia le das al hecho de la corrección?

P.J.: Por ahora no es tanto lo que estoy corrigiendo porque todavía estoy en el período de formación del libro. De todas maneras, desde la primera lectura que hago ya hay corrección y después eso se repite infinitamente hasta que digo: “abandono esto”, porque tengo que publicar o tengo ganas de hacer otra cosa (si no es un laburo eterno). Pero la importancia es igual que la de escribir. Quizás es la instancia que te permite preguntarte, o hacer consciente, eso que cuando estabas escribiendo no era consciente. Es la instancia que te permite investigar con el pensamiento sobre lo que escribiste por intuición, una vuelta complementaria a ese primer movimiento inspirado. Igual no es tan puro, porque corregís también por intuición y también escribís pensando. Pero al corregir estás más distanciado.

P.B.: Y en esa distancia y en ese pasaje un poco más racional: ¿Cómo se pone en juego el hecho de que vos también sos psicóloga?

P.J.: Mirá, yo quisiera que no se ponga en juego nada, igual es inevitable. Yo también estudio astrología, hice taller con Diana Bellessi muchísimos años… y todos los lugares donde yo investigué se ponen en funcionamiento en el momento de escribir. Particularmente en el de psicóloga: si yo me hubiera quedado en la jerga de los psicólogos y me hubiera quedado en el pensamiento psicoanalítico quizás hubiera escrito, pero no poesía… hubiera escrito otra cosa. Entonces trato de separarlo lo más posible, como separarme yo también: mi identidad separarla de mi rol de psicóloga. Porque si no sería la muerte. Porque es un lugar del saber… por más que no se sabe nada finalmente, y por más que siempre se hipotetice y se arriesgue; un título académico de alguna manera te sitúa en el lugar del saber. Además el saber categoriza y yo creo que cuando uno escribe no tiene que saber, más bien tiene que vaciarse.

P.B.: ¿Para tener una mirada más ingenua tal vez?

P.J.: No sé si ingenua, porque uno puede escribir lo más cruel del mundo. Pero escribir desde la pregunta y desde el quiebre. No escribir desde el saber porque pienso que ahí se muere el poema. Girri dice: “Si no es tocar tambores para que llueva”… es el gesto para lograr otra cosa, el gesto de escribir formal para lograr el poema y eso no es nada.

P.B.: Hay toda una corriente que lee con elementos del discurso psicoanalítico la poesía. Está bastante avanzado eso, de hecho la propia Delfina Muschietti lo hace en Puán… básicamente, por ejemplo: en determinado momento agarra alguna que otra poesía, o de Pizarnik, o de Susana Thénon y trata de ponerla en juego con elementos de Freud, con el tema del “retorno a la infancia”…

P.J.: Sí, bueno, por ejemplo Pizarnik escribió “La condesa sangrienta” que para mí es lo mejor que se ha dicho sobre la melancolía y lo dice mejor que Freud. Pero quizás leer desde el psicoanálisis es más fácil que escribir desde el psicoanálisis. Además Muschietti no es psicóloga, entonces lo hace con una mirada atravesada por la literatura. Igualmente el psicoanálisis y la poesía lo que tienen en común es el respeto por el significante, lo importante es el discurso, se lee la palabra… ese es el valor en ambos casos. Aunque también desde un supuesto lugar poético se pueden hacer barbaridades con la palabra. Quizás también en el caso de Pizarnik, por su relación con el psicólogo y por la época en que vivió, debe haber sido fuertemente atravesada por la teoría psicoanalítica (lo fue); pero se le mechó con el genio poético. Otra cosa es que Lacan se hubiera puesto a escribir poemas. Lacan era un desastre escribiendo, sus seminarios eran muy lindos, pero sus escritos son inentendibles, no son fluidos, no son bellos… Freud sí era un gran escritor. Pero bueno, él era un neurólogo, después se hizo psicoanalista (risas).



influencias



P.B.: ¿Quiénes son los autores que más influenciaron tu propia escritura desde la poesía?

P.J.: Bueno, Pizarnik por supuesto… ¿a quién no?, creo que sobre todo ella influenció a las mujeres de mi generación, algunas de antes y más jóvenes también. También mujeres de acá como: Susana Thénon, Diana Bellessi, Olga Orozco… Después tengo otras influencias: una poeta que me gusta mucho es la mexicana Rosario Castellanos, ella me influenció mucho. En las influencias cercanas a mis libros: Pavese influenció sobre los poemas que estoy escribiendo ahora. Para la “Mala Vida” me influenció bastante Thénon, pero no tienen nada que ver con Thénon esos poemas… es como que ella me soltó, me hace reír Thénon y entonces me ayudó a soltarme.

P.B.: Algo que se nota también es que sos una persona bastante cinéfila… esto se puede ver en algunos poemas a través de citas como la de “El río” (película de Tsai Ming-liang) en “Beso Taiwanés”

P.J.: Sí, es verdad soy bastante cinéfila…

P.B.: ¿Y el “Ser feliz en Baltimore” es por una reminiscencia wateriana (por John Waters)?

P.J.: No, eso es por algo que cuento en uno de los poemas (“Baltimore”)… una anécdota: era una época muy especial, yo tenía un bar y era una época un poco de descontrol. Yo estaba con dos amigas y una no se qué hizo y la otra le dijo “parecés un marinero de Baltimore”; y me causó mucha gracia. Y en realidad, lo que yo en ese poema plasmé fue como una atmósfera que yo tenía la sensación de vivir cotidianamente en ese bar. Recién después hice más conexión con Baltimore… con Poe. Pero inicialmente fue eso, como una imagen que viene, se te pega y te despierta un mundo.

P.B.: “La casa en la avenida” y “La mala vida” dan la impresión de haber sido escritos también por la experiencia personal. La pregunta es: ¿qué distancia hay entre el “yo lírico” (el “yo poético”) y tu “yo empírico”?

P.J.: Bueno, esa es una discusión, o mejor dicho una charla, más bien eterna con Osvaldo (Bossi). Para mí es difícil llegar a dividir cuándo se termina el “yo biográfico” y empieza el “yo lírico”… la verdad que no sé. Lo que sí sé es que: no todo lo que escribo soy yo, pero todo lo que escribo soy yo. No puedo separarme de eso, pero al mismo tiempo no puedo estar pegada a eso. En el caso de “La mala vida” y “La casa en la avenida” es muy clara la asociación que hacés porque son poemas muy narrativos de experiencias que efectivamente viví… viví yo o vivieron otras personas y me las contaron. Pero incluso también hay un poema en “La mala vida” (creo que al final), en el que le compramos a un dealer que se llamaba “Dedos”; y en realidad me lo contó otra persona porque yo no le compraba. Entonces, ahí está lo biográfico, pero no lo biográfico mío. Y aunque fuera mío, también es lo biográfico ficcionalizado en algún punto; escribir ya es hacer ficción.
Es muy interesante el tema. Otra influencia mía son los haikus y la poesía oriental, aunque en “La mala vida” no se note mucho (risas)… aunque quizás sí, porque la búsqueda en el mundo de las drogas es, de alguna manera, también la búsqueda de un mundo espiritual, por una vía que es un poco más tóxica (pero por donde también se puede llegar). De hecho, tomar San Pedrito, o hacer otras búsquedas de droga y espiritualidad por una vía más religiosa si querés… para mí parte todo de la misma búsqueda. Y los poetas orientales tienen eso: que ven lo sagrado en la naturaleza, esa horizontalidad en los elementos que componen al mundo y componen la naturaleza; donde todo está en su centro y, por ende, todo es sagrado. Buda está repartido como un pan entre los hombres y cualquiera puede ser Buda. Me hicieron acordar (hablando de que soy cinéfila) que en la película “Nazareno Cruz y el lobo”, el demonio le dice a Nazareno que le diga a Dios que, si él lo hubiera dejado, también se hubiera repartido como un pan entre los hombres… ¡el mismo Diablo! Uno de los tópicos importantes de los poemas orientales, de los haikus por ejemplo, es “el camino”, la idea de “el camino”; no sólo porque Uno es el propio Camino (que es una idea budista), sino porque además es el camino de la mente hacia el afuera y del afuera hacia la mente… como que no hay una división entre el afuera y el adentro. Uno es indiviso con el afuera y con los demás (por lo menos yo, no sé si los demás también); yo me siento indivisa en el momento en que escribo.

P.B.: Hablando de que en la poesía oriental hay una especie de búsqueda espiritual, y teniendo en cuenta que ésta es una influencia tuya también: ¿vos tendrías también una especie de búsqueda a través de la poesía?

P.J.: Sí, totalmente. Tengo esa búsqueda.

P.B.: ¿Y los beatniks?, teniendo en cuenta esa búsqueda espiritual, pero a la vez tóxica

P.J.: Puede ser, pero no especialmente.




Paula Jimenez, la gloriosa PJ




P.B.: Retomando el tema del afuera… leyendo “La casa en la avenida” y algún poema de “Ni jota” como el de “La guerra”, se nota a veces que el exterior, el ámbito social y el tiempo que se está viviendo entran en tu poesía también. Te quería preguntar: ¿Cómo vivís eso? ¿Cómo se incorpora lo social?... algunos poetas creen que tiene que estar, otros creen que no…

P.J.: Bueno, no sé lo que “tiene que ser” en poesía. Adoro poetas que se recortan de lo social, pero yo personalmente no puedo, no puedo del todo. Quizás en libros como “Espacios naturales” no aparece demasiado claro eso; pero hay un poema en ese libro, por ejemplo, en el que hay una vaca que entra a pastar y digo: “pace / el pasto de la vida / que es su pasto.” Entonces yo sé, íntimamente, que en el momento en que escribí el poema yo pensé en la comida: en el alimento de la humanidad y en el pasto como alimento de todas las vacas del mundo… entonces, quizás eso lo sé yo. Para que veas cómo funciona en mí también la idea política. Aunque quizá aparentemente la temática sea amorosa en algún lugar siempre aparece el elemento político.

P.B.: Hay otros lugares en donde aparece más claro: en “La casa en la avenida” hay una maestra que al “yo poético” le hace decir que los desaparecidos terminaban difuminados en el silencio de los otros… ¿Vos tenés algún recuerdo de tu infancia vinculada con la dictadura?

P.J.: Sí, un montón. Yo tengo cuarenta años, así que yo tenía seis años y empezaba la primaria (estaba en segundo grado porque estaba adelantada). Viví toda la primaria en dictadura, entonces tengo recuerdos… sobre todo tengo recuerdos de la prohibición. De que me dijeran: “de eso no se puede hablar”; o, a mí me gustaba cantar la marcha peronista, y no me la dejaban cantar… ¡y yo la había aprendido a los cuatro años!... y después no entendía por qué no había que cantarla. Después me acuerdo de otras cosas como un soldado en la puerta de mi casa un día que llegamos, el miedo de mi familia, mi viejo que siempre estaba protestando y mi mamá siempre tratando de calmar los ánimos. Pero sobre todo creo que tengo recuerdos así: como patentes, de cosas raras, de cosas que no comprendía y que yo quizás las vinculaba más con mi edad… que era “el tiempo de no saber”, que no sabía por ser niña. En realidad no me dejaban completar la intuición en el afuera. No se, si volvería a ser niña no se qué niñez tendría como para corroborar esto: si es que yo no sabía por niña o no sabía porque no podía saber.

P.B.: De repente aparecimos en un terreno más político, es un buen momento para preguntarte cómo es que llegás a participar del proyecto del suplemento SOY de Página/12 (que más allá de ser una revista también es un proyecto). ¿Cómo surgió la posibilidad?

P.J.: Bueno, me parece que las cosas llegan cuando tienen que llegar, no llegan en otro momento. Fue Susana Villalba que me contó que Liliana Viola estaba buscando gente para el suplemento que recién hacía un mes o menos había empezado; y entonces le dije que sí, que me interesaba, y la llamé a Liliana, tuvimos una entrevista, y empecé a colaborar. Pero como te decía, llegó en un momento en que tenía que llegar porque, por la temática, yo creo que dos años antes no me hubiera animado… o quizás un año antes. A partir del momento en que yo hice el camino con mi familia todo cambió porque empecé a poder liberar una vía de pensamiento también. Yo vivía como que mi familia lo sabía, estaba todo muy claro, pero nadie lo hablaba… y eso operaba en mí como una especie de represión: nadie lo hablaba, yo tampoco lo hablaba con ellos. Había algo que yo no podía llegar a pensar sobre mi propia realidad al silenciarlo en mi núcleo más cercano. Entonces, cuando yo pude empezar a decirlo, pude empezar a conectar: a tener lecturas feministas, a pensarlo… a formar un pensamiento sobre mi vida. Porque si no la vivía nomás. Y “Soy” me dio la posibilidad de conocer mucha gente que dice cosas muy interesantes, las entrevistas que me tocó con gente muy interesante; y me dio la posibilidad de soltarme y opinar también. Y sentar una posición, y hacerme visible; y bueno, también los últimos años convengamos que fueron muy importantes para el movimiento… hay todo un avance. Y me siento parte, y estoy contenta de participar en el proyecto de “Soy”, sobre todo por haber colaborado con esto. Porque yo creo que “Soy” fue muy importante, por más que sea un proyecto comercial… es un espacio para unas voces que antes no existía, y ahora están legitimadas. De hecho, cuando yo empecé no había tanta gente que quisiera ser reporteada para “Soy”, y ahora la gente te pide ser reporteada y no tiene problemas… ¡al principio era todo una cosa!… Pero sí, estoy muy contenta con eso.

P.B.: Ahora en la cámara de senadores se está discutiendo la posibilidad de, finalmente, hacer ley el matrimonio para personas homosexuales… ¿Vos tenés una opinión formada al respecto?

P.J.: Bueno, no te voy a decir nada nuevo… salvo: “¿por qué no?” Además, algo que se dijo también en los discursos de ese día (yo no vi el programa pero me contaron Osvaldo Bossi y Claudia Masin que estaban muy emocionados); esto de “¿quiénes son los heterosexuales para decidir cosas sobre nosotros?”. Y además la hipocresía de poner a los niños adelante, como siempre, para cubrir la propia homofobia. Decir que sí, que querés, que esto y lo otro; pero que con la adopción “no sé”. Cuando hay tanta gente de mierda criando hijos, maltratándolos, violándolos, violándolos, violándolos… Y se atreven a ser quienes juzgan si una pareja de hombres o de mujeres homosexuales puede criar un hijo. El problema no es la cantidad de cariño, sino la calidad del cariño, el tipo de cariño. Ellos suponen que proteger a un chico es no mostrarle que dos hombres se besan o dos mujeres se besan… cosa que me parece una pavada total.

P.B.: Y aparece como una última trinchera conservadora el término y el tema del nombre. En última instancia hay quienes dicen: “Bueno, pero que por lo menos no se llame matrimonio”. Hay varios senadores y ha habido diputados que sostienen esto. En el programa de Grondona, por ejemplo, han dicho que está bien, que se les tienen que conceder los mismos derechos pero que se llame de otro modo, que no se llame matrimonio.

P.J.: Claro, porque ellos no quieren quedar en el mismo plano que nosotros. Pero por qué no usar la misma palabra. Aparte justo Grondona que es un facho que acompañó la dictadura… más bien, esa gente va a pensar eso. También hay gente supuestamente progre, pero que quiere conservar su lugar, que no va a dar opinión o va a dar una opinión tibia. Pero bueno, esa gente ya está perdida, ya está, viene otra humanidad por suerte. ¡Y los de mi generación, que ya consiguieron un autito, alguna cosita así que la tienen que cuidar van a dar una opinión tibia! Es una ironía pero pasa… Yo espero que los más jóvenes sigan otro camino, porque yo vengo de una generación que, como les decía, creció en dictadura… entonces, también mis congéneres, muchos son bastante cerrados.




ex-presión



P.B.: Es interesante que de la represión, terminaste haciendo palabras... Del silencio, palabras... Viviste la dictadura cuando eras chica, viviste ese silencio en cuanto a lo que contabas de tus relaciones personales.Y de eso, hiciste poesía.

P.J.: Sí, eso fue siempre así creo... Y por eso mismo a mis catorce años, en el '83, cuando asumió Alfonsín empezó todo el movimiento de teatro y artes en general... lo que fue el under, Batato Barea, el Parakultural, etc.
Hace un par de años se hizo en PROA una muestra que se llamó Ex-Presión... “ex-prisión”, “ex-represión”, ¿no?
Pasado ese momento de la presión política se liberó un caudal de creatividad y expresiones artísticas impresionantes... Y yo fui adolescente en esa época. Era chica, vivía en Caseros, a mis quince o dieciséis todavía no iba al Parakultural, fui un poquito después... Pero cuando vos formás parte de una época, podés estar solo en La Quiaca, que también estás sintiendo lo que pasa, lo sabés... Sobre todo si sos joven, y si tenés las neuronas abiertas a eso, estás ahí, flotando con esa energía...

P.B.: ¿Y esa energía en vos, cómo está ahora, en qué estado se encuentra?

P.J.: Bueno, no... Ya no soy esa joven de catorce años... (risas). Es distinto. Ahora está más reposada. Creo que con el tiempo me fui cerrando y concentrando. Ahora esa energía está más enfocada. Yo tenía una energía mucho más alegre, brillante... pero también más desperdigada. Ahora pienso distinto, y me siento más aplomada ante la vida en general... Igual lo que se hace con la energía es una cosa de la que uno puede reflexionar cuando es más grande, porque cuando sos adolescente o joven, la vida es eterna.

P.B.: En el prólogo de “Ni Jota” se habla de la importancia que tiene el humor en particular en ese libro... Me parece que el humor también tiene una conexión con esa energía de la cual hablás... Y en algún momento hablaste de la influencia de Susana Thénon en este sentido, en el gesto emancipador y en el hecho de que vos leías a alguien que te hacía reír... ¿Qué importancia tiene el humor en tus procedimientos, en tu escritura, en tu forma de leer?

P.J.: Yo tengo un libro de cuentos de humor, ese libro y “Ni Jota” son las únicas dos producciones en donde pude poner de modo más claro el humor. Me gusta mucho consumir humor, además.

P.B.: ¿Qué leés de humor?

P.J.: Ahora mismo no estoy leyendo nada de humor. Pero por ejemplo, novelas que me han hecho reír mucho, son... Una de Vladimir Nabokov, “Pálido Fuego”... es graciosísima. O “El Mundo Según Garp”, de John Irving... Me ha hecho reír muchísimo Griselda Gámbaro, con “Lo Impenetrable”... No sé, ahora no me viene ningún otro libro a la mente... los cómics puede ser también.

P.B.: Y si pasás por un kiosko, ¿comprás la “Barcelona”, por ejemplo?

P.J.: La “Barcelona” no me causa gracia particularmente. Bueno, hace ya como dos o tres años que no veo ningún número. Quizás ahora la leo y me gusta.

P.B.: Quizás apuntás a otro tipo de humor...

P.J.: Sí, puede ser, pero el humor como crítica política me parece muy interesante.

P.B.: ¿Y Capusotto?

P.J.: Sí... Capusotto me hace reír muchísimo. Él es particularmente inteligente. Por ejemplo, el personaje del poeta está buenísimo (risas). Además sabe de poesía. Ah, perdón... ahora me acuerdo de una novela, de lo último que leí, que no es estrictamente de humor, es un drama, pero tiene buenos momentos de humor... es la de Gabriela Cabezón Cámara, “La Virgen Cabeza”. Es muy inteligente...

P.B.: Quiero preguntarte por unos versos del final del poema “Me pedías que hablara”, de “La casa en la avenida”, en donde tu yo poético dice: “¿quién dijo / que del vientre de un padre / no se sale? ¿quién jura / no haber estado adentro?”.

P.J.: Así como uno está ligado por un hilo invisible con la madre, también lo está con el padre. No por no haber nacido del vientre de un padre deja de haber algo de lo carnal, como vivencia histórica, que uno siente en su sangre.

P.B.: En ese libro en particular, ¿qué peso tiene tu padre?

P.J.: Bueno, en el libro te das cuenta (risas). Bastante. Es fuerte, porque mi viejo murió. Cuando empecé a escribir estos poemas hacía más o menos cuatro años que había muerto. Es una figura compleja para mí, contradictoria. Hay un poema en el que describo los ojos tristes de él... yo tengo recuerdos de mucha tristeza de mi viejo. Una figura que en un punto me resultaba ajena, y en otro punto me resultaba parte de mí misma.

P.B.: Volviendo a SOY, ¿vos habías hecho entrevistas antes de participar ahí?

P.J.: Entrevistas, no. La primer entrevista que hice en mi vida la hice para “SOY”. Fue una entrevista genial porque fue a Ilse Fuskova, la primer militante lesbiana pública. Es una señora que ya tiene ochenta años... En los '90 iba a comer con Mirtha Legrand, y como no sabían cómo presentarla, la presentaban como lesbiana (risas).Yo creo que a mí me salió bien esa entrevista porque ella era impresionante... Se generó entre las dos una cosa de mucha empatía y de mucha emoción. Y eso me ayudó un montón a entender por dónde iba una entrevista, por dónde yo quería hacer una entrevista... Esta mujer empezó siendo militante lesbiana, como les dije, en los '90, y salía a la calle, repartía volantes... Tenía cincuenta y pico de años en ese momento, se había separado del marido y estaba con una mujer... Eso hacía Ilse en los '90 y ahora quiere militar por la vejez. Tiene una teoría, relacionada con la bioenergética y con la física cuántica... Ella ya no está en la militancia, ya hizo ese camino, y ahora está como en otro nivel, en otro lugar... Ella decía por ejemplo en esa entrevista que cuando uno envejece en verdad no es que las neuronas funcionan menos, sino que se produce una sinapsis distinta en el cerebro, entonces uno empieza a percibir la vida de un modo que nunca había percibido antes. Un estado diferente del alma y de la mente, que tiene que ver con algo evolutivo y no con el envejecimiento... bueno, yo me acuerdo muy bien de esa entrevista, de todo... De Ilse en esa casa mostrándome las fotos... Ilse es poeta. Yo le llevé un poema de ella y le hice un comentario y ella se emocionó mucho, porque nadie la rescataba como poeta. Todo eso fue muy importante para mí. Yo entendí que tenía que hacer entrevistas que llegaran al punto de que me conmovieran. Y justo fui a dar con esta persona maravillosa.

P.B.: ¿Y qué desafíos se te presentan al entrevistar?

P.J.: Yo no soy una profesional, no soy periodista. Simplemente te puedo hablar de mi experiencia en general. En una entrevista vos tenés que seleccionar más o menos un objetivo. Y si bien no hace falta ser concreto e ir al punto desde el comienzo, tenés que construir un arsenal de preguntas que vayan acompañando siempre el mismo camino. Una de las cosas que aprendí, que es algo en lo que yo me he equivocado, es en entrevistar a una persona que por ejemplo tenía muchas cosas hechas en la vida, entonces yo preguntaba de acá y de allá, y así sale la entrevista cortada, y no llego a ahondar en ningún tema. Y otra cosa que aprendí es a preguntar aunque uno crea que tiene la respuesta, no sólo preguntar lo que uno no sabe.

P.B.: ¿Y por qué escribís poesía? ¿O para qué?

P.J.: No sé por qué. Escribo porque me da satisfacción. Y a veces me siento como en alpha, me relaja, me vuelve al eje. No sé si hay un “para qué”... porque siempre pienso cuando escribo que eso va a ser publicado. Siempre lo pensé así, nunca tuve dudas sobre eso. Quizás diga “hasta acá publiqué” y después no publico nunca más, y quizás en algún momento eso me empiece a perturbar e influya en mi escritura. Pero siempre tuve como una íntima confianza al menos de que escribir es un acto de comunicación. Quizás no puedo publicar, pero si me invitan a leer, puedo leer, entonces siempre hay un contacto con el afuera, con los demás... y es como una búsqueda adentro mío. Porque es muy difícil comunicar eso que uno comunica en el poema, en la charla coloquial, donde uno no suele hablar de cosas tan profundas. Y además, el modo en que uno lo dice en el poema, no lo dice en una charla, aunque sea profunda. El modo de decirlo es algo único del poema, es propio del poema. Y es una necesidad para mí.
Una vez le hice una entrevista a Lucrecia Martel, en donde ella decía que el lenguaje sin sentido, en verdad ocupa el noventa por ciento de nuestros diálogos coloquiales. Y yo creo que de ese sinsentido dominante está hecho el arte. El oído poético escucha ese residuo que es casi todo lo que hablamos, es ese noventa por ciento. Sólo que cuando somos seres coloquiales creemos que lo que estamos diciendo es una cosa lógica. Pero yo estoy diciendo un montón de pavadas (risas), y en realidad la comunicación se quiebra. Eso que se pierde, esos residuos orales, para mí y en mi caso, van a parar al poema.

P.B.: Vos hiciste mucho tiempo un taller con Diana Bellessi. ¿Cuánto te modificó eso?

P.J.: Uf... un montón. Completamente. Mi vida es un antes y un después de Diana. Yo tenía treinta años e hice el taller durante cinco. Antes había hecho otros talleres... con María Negroni, Dalmiro Saenz... Pero con Diana fue una cosa muy distinta. Diana me hizo pensar que si yo lo que quería era escribir poesía, tenía que escribir poesía. Si yo lo que quería hacer era eso, que me hiciera cargo. Diana es muy rigurosa, te hace sentir que es muy serio lo que estás haciendo. Entonces el diálogo es profundo, es serio... Diana tiene una mirada única. Creo que tiene una cabeza superior.

P.B.: Ahora vos también coordinás talleres. ¿Cómo te sentís?

P.J.: Me siento bien. Sobre todo cuando estoy acompañando a alguien en su trabajo, alguien que ya tiene poemas escritos, que está en una búsqueda... Me gusta mucho eso. Ayudarlo... No porque yo tenga una experiencia que el otro no tiene y que por eso la requiera de mí. Lo que me gusta es escuchar, acompañar. Podría presentarse ante el tallerista la dificultad de conducir el trabajo del alumno por un lugar por el que uno estéticamente se sintiera seducido. Pero lo que a mí me resulta el desafío más interesante es acompañar al otro en su propia búsqueda.
P.B.: El hecho de acompañar a personas que están en esa búsqueda, ¿También te sirve a vos, como poeta, a la hora de escribir?

P.J.: Sí, está buenísimo. Siempre es un ida y vuelta. Y si no, te aburrís. Si vos no te enriquecés con tu trabajo, te aburrís.

P.B.: ¿Te aburriste alguna vez con algún alumno? Por ejemplo, porque no te gusta lo que escribe, etc...

P.J.: Sí, alguna vez me ha pasado. Mayormente no me pasa. Pero por ejemplo me ha pasado de trabajar con una persona que no podía asumir que una obra de arte pudiera tener más de una interpretación. Eso es nefasto, y en términos psicológicos, ni te cuento (risas). Después tuve otro caso, terrible... de un hombre que decía que no le gustaba leer ni poesía ni a mujeres. Yo lo sostuve un tiempo al trabajo, pero sabía que eso se iba a terminar en algún momento. Decantaba solo. Es que yo soy mujer y poeta (risas).
Pero son casos muy puntuales. Porque en general me pasa que aunque yo no tenga afinidad estética con la persona, si tiene buena onda conmigo y yo con ella, y hay empatía y hay transferencia, yo la paso bien.

P.B.: ¿Por qué tiene que haber transferencia?

P.J.: El psicoanálisis ubica claramente que en la transferencia se ponen del lado del psicólogo todas las fantasías neuróticas infantiles. Quizás pase lo mismo con un tallerista, pero no estoy tan segura, porque el tallerista no se compromete tanto. Yo prefiero pensar que el alumno está poniendo un lugar de autoridad en vos que te permite trabajar con él. Porque no todo el mundo le permite al otro entrar.
Yo tenía un docente que decía que era perverso el caso de esos psicólogos que analizan a cualquier persona, cuando en realidad uno va a exponer su inconsciente ante el psicólogo, no ante cualquiera que está tomando un café en una reunión de amigos. Lo mismo pasa con la gente que se pone a corregir textos de una persona cuando no se dedica a eso. Eso en todo caso lo puede hacer un coordinador de un taller literario... y hasta ahí nomás. Porque yo tampoco me siento con autoridad, sino que más bien sugiero. No creo que esté bien tachar, agregar versos, etc... Pero hay gente que lo hace. Para mí ponerse del lado de la corrección es una especie de defensa, porque uno se está defendiendo de las emociones que le produce el texto. Igual en la primera lectura uno tiene que dejarse impregnar de la emoción que el texto le trae, y después vendría el trabajo sobre lo formal. Si no entendés por dónde va el espíritu del poema, o el espíritu de la búsqueda, ¿cómo vas a corregir?, si no hay regla.

P.B.: Sería el mismo proceso que al escribir, en el que primero está la intuición y luego lo formal o la razón...

P.J.: Sí, es verdad.

P.B.: Y en cuanto al alma, al espíritu del poema, si no lo sentís, ¿para vos no tiene arreglo, ya está muerto?

P.J.: Con los demás quizás soy más buena (risas). Porque digo: “si lo escribió, por algo será”. Por más que me parezca malo el poema, o aunque me parezca que no es poema, trato de indagar. Por qué escribió esto, de dónde sale este verso, etc. Le digo lo que pienso. Trato de indagar.

P.B.: ¿Y cuando el poema es tuyo?

P.J.: Cuando dudo de algo, digo: “uh... esto se va” (risas). Como también me pasa que con el tiempo lo vuelvo a leer y resulta que me gusta.

P.B.: Antes de publicar, ¿tenés un núcleo de gente en el cual te refugiás de alguna manera?

P.J.: Sí. Osvaldo Bossi es mi principal interlocutor. Claudia Masin también. Son dos personas en las que confío mucho. Y después también tengo otras amigas: Mariana Docampo, que es narradora y también me ayuda con sus opiniones. Pero bueno, quizás Osvaldo es mi interlocutor preferido. Yo también le funciono a él del mismo modo.

P.B.: Osvaldo contó que mientras escribía “Adoro”, te lo leía por teléfono

P.J.: Sí, siempre. Con todos los libros, no sólo con “Adoro”. Pero yo también a él. Y está buenísimo tener un amigo así, y compartir eso...

P.B.: Supongo que no es a cualquier amigo al que uno confía ese tipo de cosas, necesitás gente que tenga cierto conocimiento técnico. Y no sólo eso, sino con quien también tengas una empatía emocional bastante fuerte, porque puede ser muy técnico en poesía pero si no siente tu obra...

P.J.: Y además tenés que tener cuidado porque quizás una mala opinión me desanima, y dejo un texto que a lo mejor merecía publicarse o continuarse. Puedo toparme con alguien que me diga cualquier cosa y le crea, porque soy muy influenciable... Entonces tengo que tener cuidado. Para eso tengo el blog también. Hasta ahora, por suerte, lo peor que me ha pasado es que no me hayan puesto ningún comentario... (risas). Pero cuando me dejan cosas buenas es como que de algún modo pruebo a algunos poemas.




un beso taiwanés




P.B.: ¿Y por qué tu blog se llama “Beso Taiwanés”?

P.J.: Porque es el nombre de un poema de “Ser Feliz En Baltimore”... Y después cuando hice el blog tomé el nombre de ese poema... pero no sé por qué (risas). Me gustó cómo sonaba. Y ahora que lo pienso, puede ser también porque me interesa lo oriental.

P.B.: También tenés el blog de “La Abeja Reina”, que es un emprendimiento editorial. ¿Eso en qué estado está ahora?

P.J.: Ahora va a salir un libro de poemas chinos traducidos por Juan L. Ortiz, y está a cargo de eso Guadalupe Wernicke. Y también va a salir un libro de Marcelo Carnero. Nosotras éramos un grupo que estuvo trabajando durante un año y pico en el proyecto, y sacamos tres libros. Lo abandonamos en el sentido de que no nos reunimos más, pero está. Si alguien quiere publicar, y se puede, se usa el nombre del sello.

P.B.: Paula, para terminar, como vos sabes, nuestro grupo se llama “PAPELES BLANCOS”. ¿Qué te sugiere el nombre?

P.J.: Lo primero que pensé es por qué ustedes eligieron el nombre de PAPELES BLANCOS, y no pude evitar la asociación con la cocaína (risas). Me gusta el nombre, también sugiere otras cosas.

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