domingo, 14 de agosto de 2011

Gardel

Para mí, lo inventamos.
Seguramente fue una tarde de domingo,
con mate,
     con recuerdos,
         con tristeza,
con bailables bajito, en la radio,
después de los partidos.

Seguramente nos dolía una foto en la pared,
algún no tengo ganas,
algún libro.

Yo creo que andaríamos así,
sonsos de aburrimiento,
solitariando viejos para qués,
sin mujer o sin plata,
y desabridos.

Seguramente nos sentimos de golpe
terriblemente solos,
muy huérfanos, muy niños.
Tal vez tocamos fondo.
Tal vez alguien pensó en el amasijo.

Entonces, qué sé yo,
nos pasó algo rarísimo.
Nos vino como un ángel desde adentro,
nos pusimos proféticos,
nos despertamos bíblicos.
Miramos hacia las telarañas del techo,
nos dijimos:

“Hagamos pues un Dios a semejanza
de lo que quisimos ser y no pudimos.
Démosle lo mejor,
lo más sueño y lo más pájaro
de nosotros mismos.
Inventémosle un nombre, una sonrisa,
una voz que perdure por los siglos,
un plantarse en el mundo, lindo, fácil,
como pasándole ases al destino”.

Y claro, lo deseamos
y vino.
Y nos salió morocho, glorioso, engominado,
eterno como un Dios o como un disco.
Se entreabrieron los cielos de costado
y su voz nos cantaba:
               mi Buenos Aires querido...

Eran como las seis,
esa hora en que empiezan los bailables
y ya acabaron todos los partidos.

Humberto Costantini

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