viernes, 21 de agosto de 2015

Jesús Lizano


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POEMO
Me asomé a la balcona
y contemplé la ciela
poblada por los estrellos.

Sentí fría en mi caro,
me froté los monos
y me puse la abriga
y pensé: qué ideo,
qué ideo tan negro.
Diosa mía, exclamé:
qué oscuro es el nocho
y que sólo mi almo
y perdido entre las vientas
y entre las fuegas,
entre los rejos.
El vido nos traiciona,
mi cabezo se pierde,
qué triste el aventuro
de vivir. Y estuvo a punto
de tirarme a la vacía...
Qué poemo.
Y con lágrimas en las ojas
me metí en el camo.
A ver, pensé, si las sueñas
o los fantasmos
me centran la pensamienta
y olvido que la munda
no es como la vemos
y que todo es un farso
y que el vido es el muerto,
un tragedio.
Tras toda, nado.
Vivir. Morir:
qué mierdo.

lunes, 3 de agosto de 2015

Alfonsina Storni




Tú me quieres blanca

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

(El dulce daño, 1918)

* * * * * 

Presentimiento

Tengo el presentimiento que he de vivir muy poco.
Esta cabeza mía se parece al crisol,
Purifica y consume.
Pero sin una queja, sin asomo de horror,
Para acabarme quiero que una tarde sin nubes,
Bajo el límpido sol,
Nazca de un gran jazmín una víbora blanca
Que dulce, dulcemente, me pique el corazón.

(El dulce daño, 1918)

* * * * * 

Tentación

Afuera llueve; cae pesadamente el agua
que las gentes esquivan bajo abierto paraguas.
Al verlos enfilados se acaba mi sosiego,
me pesan las paredes y me seduce el riego
sobre la espalda libre. Mi antecesor, el hombre
que habitaba cavernas desprovisto de nombre,
se ha venido esta noche a tentarme sin duda,
porque, casta y desnuda,
me iría por los campos bajo la lluvia fina,
la cabellera alada como una golondrina.

(El dulce daño, 1918)

* * * * * 


Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.

(Irremediablemente, 1919)


* * * * * 


Bien pudiera ser

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido 
no fuera más que aquello que nunca pudo ser, 
no fuera más que algo vedado y reprimido 
de familia en familia, de mujer en mujer. 

Dicen que en los solares de mi gente, medido 
estaba todo aquello que se debía hacer... 
Dicen que silenciosas las mujeres han sido 
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser... 

A veces en mi madre apuntaron antojos 
de liberarse, pero, se le subió a los ojos 
una honda amargura, y en la sombra lloró. 

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado, 
todo esto que se hallaba en su alma encerrado, 
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.

(Irremediablemente, 1919)


* * * * * 

La quimera

Como los niños iba hacia el oriente, creyendo
que con mis propias manos podría el sol tocar;
Como los niños iba, por la tierra redonda,
persiguiendo, allá lejos, la quimera solar.

Estaba a igual distancia del oriente de oro
por más que siempre andaba y que volvía a andar;
hice como los niños: viendo inútil la marcha
cogí flores del suelo y me puse a jugar.


(Languidez, 1920)