viernes, 16 de octubre de 2015

Luciana Reif



Cuando mi hija con su cepillo de pelo nuevo
le pregunte a su abuela si la puede peinar,
cuando tome entre sus manos el pelo de mi mama
y lo acaricie con el peine desde el cuero cabelludo
hasta las puntas, desenrede lo que es necesario
desenredar, se detenga con cuidado en los nudos
más enmarañados y despacio los desarme para que vuelvan
con el resto del cabello a caer en línea recta;
yo me preguntaré si son estas las raíces que nos unirán
al suelo materno, el pelo lacio y elástico
de todas las mujeres de mi familia.
Yo también peinaba a mi abuela, mientras ella tomaba mates
en el sillón del living, yo me subía a una silla
para poder alcanzar con el cepillo a jugar con su pelo,
hacía y deshacía a mi antojo, trenzas de princesas guerreras,
amazonas enormes capaces de dar la vida por los suyos,
colas de caballos indomables que cuidan a sus potrillos
pero les enseñan también a galopar lejos del potrero que les dio alimento.

* * * * *

Ese mediodía vino la abuela a almorzar a casa

Ese mediodía vino la abuela a almorzar a casa
desde que está en el geriátrico cada tanto viene de visita
yo llegué un poco más tarde y me senté junto a ella
su impecable vestido, sus ojos enormes que miran al cielo
y su boca torcida por los antidepresivos.
Apenas me vio me agarró la mano besándola con fuerza
y se la llevó a su pecho
papá seguro le contó que me separé
al rato hablé con mi viejo y me dijo que sí
un alivio porque yo no hubiera podido  largar esa noticia
frente a los ojos de mi abuela
que absorben y refractan todas mis emociones
me siguió mirando y me dijo sos preciosa un sinnúmero de veces
mi mano aferrada a la suya contra su pecho como un ancla
sintiendo el latido de su corazón, el tic tac de esa maquinaria
que estando tan cerca de la muerte, me enseña
cómo podemos seguir viviendo.


Inéditos, forman parte de un libro de próxima aparición (a estar atentos!)

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